miércoles, 9 de septiembre de 2015

Las 4 claves de la Biblia para superar la muerte de un ser querido

Las 4 claves de la Biblia para superar la muerte de un ser querido


Cuando fallece un ser querido, queda en nosotros un sentimiento de soledad y desconcierto. Al pensar que algún día vamos a experimentar la muerte, también nos llenamos de desasosiego. Muchas preguntas vienen a nuestra mente: ¿Qué pasa con los que mueren? ¿Acaba todo con la muerte? ¿Hay algo nuestro que sobreviva a este desenlace tan dramático? ¿Volveremos a reunirnos con los seres que amamos? ¿Qué relación podemos tener con aquellos que están ausentes físicamente porque han fallecido?  
  
Pues bien, la Biblia, que contiene la Palabra de Dios, nos da respuestas esperanzadoras: 
  
1. "No todo acaba con la muerte física"
  
Perece nuestro cuerpo, pero nuestra alma, nuestro espíritu, no deja de existir, pues es inmortal. 
  
El autor del libro bíblico de la Sabiduría responde al pesimismo de quienes piensan que “vinimos al mundo por obra del azar, y después será como si no hubiéramos existido” y a la desesperanza de los que afirman que cuando se apaga la vida, “el cuerpo se convierte en ceniza, y el espíritu se esfuma como aire inconsistente” recordándonos que “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”.
  
 Jesús puede afirmar que Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos, porque todos viven por él” (Lc 20, 38). 
  
Como podemos notar, nuestros familiares y amigos difuntos continúan relacionándose con Dios. Por eso, para un católico, de ninguna manera resultan extrañas estas palabras de san Pablo: 
  
"Porque para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia. Pero si seguir viviendo en este mundo va a permitir un trabajo provechoso, no sabría qué elegir. Me siento presionado por ambas partes: por una, deseo la muerte para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor (Flp 1, 21-23)." 
  
Esto está en armonía con las palabras que dijo Jesús a uno de los malhechores crucificados junto a él: 
  
"Jesús le dijo: -Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 43)."

2. "No se termina nuestra relación con nuestros familiares difuntos"
  
Teniendo presente que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, podemos decir que no cesa nuestra relación con los que han fallecido. 
  
Note usted que, en la Jerusalén celestial, además de innumerables ángeles, está "la asamblea en fiesta de los primeros ciudadanos del cielo"; y que rodean a Dios, juez universal, "los espíritus de los justos que ya alcanzaron su perfección". 
  
Nosotros podemos pedirle a Dios que nos conceda tomar conciencia de que nuestros seres queridos no nos han abandonado, puesto que como una nube nos envuelven.
  
Esta puede ser nuestra oración: “¡Señor, ábreme los ojos para que pueda percibir que mis seres queridos que han muerto, no me han abandonado del todo; que tome conciencia de que su presencia me envuelve como una nube! ¡Señor, ábreme los ojos para que vea!”. 
  
3. "La muerte física es transitoria: ¡Resucitaremos!"
  
La muerte física es dolorosa. Nuestro Señor lloró ante la muerte física de su amigo Lázaro (Jn 11, 35-36), a quien amaba entrañablemente (Jn 11, 36). Pero ante el drama que supone la muerte de un ser querido, Jesús se nos presenta como la resurrección y la vida (Jn 11, 1-44): 
  
"Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá. ¿Crees esto? (Jn 11, 25-26)." 
  
Por eso no hay lugar para una tristeza sin esperanza: 
  
De ahí la importancia que los católicos damos a la Eucaristía, donde escuchamos la Palabra de Dios y nos alimentamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo, pues esto nos permite estar unidos íntimamente a Jesús y nos posibilita nuestra futura resurrección: 
  
"El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me envió posee la vida y yo vivo por él, así también, el que me coma vivirá por mí (Jn 6, 54-57)." 
  
4. "Nos volveremos a reunir con nuestros seres queridos"
  
Es una esperanza que brota de la Sagrada Escritura y un anhelo que se encuentra en nuestros corazones. La experiencia de los siete hermanos y su madre, martirizados durante la insurrección macabea (2Mac 7), da cauce a este deseo y suscita una esperanza confiada: 
  
"Tanto insistió el rey, que la madre accedió a convencer a su hijo. Se inclinó hacia él, y burlándose del cruel tirano, dijo al niño en su lengua materna: -Hijo mío, ten piedad de mí, que te he llevado en mi seno nueve meses, te he amamantado tres años, te he alimentado y educado hasta ahora. Te pido, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra y lo que hay en ella: que sepas que Dios hizo todo esto de la nada y del mismo modo fue creado el ser humano. No temas a este verdugo; muéstrate digno de tus hermanos y acepta la muerte, para que yo te recobre con ellos en el día de la misericordia (2Mac 7, 26-29)." 
  
Como puede verse, esta valiente madre tiene la firme esperanza de recobrar a sus hijos en el día de la misericordia 
  
A modo de conclusión
  
Estas respuestas esperanzadoras que nos da la Palabra de Dios, deben proporcionarnos consuelo y fortaleza en los momentos de duelo por el fallecimiento de un ser querido y serenidad y confianza ante la perspectiva de nuestro propio fallecimiento.
 

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