El
Contador Público, de origen, por esencia, está revestido de un hábito de
honradez, de pulcritud, de exactitud, lo cual trae como consecuencia que desde
ese momento el compromiso consigo mismo y con la sociedad sea muy estricto.
En su vida profesional está regido
particularmente por un código de ética personal y como parte de un gremio, por
el código de ética del Instituto Mexicano de Contadores Públicos (IMCP).
Para la aplicación de estos códigos de ética,
el Contador Público en su toma de decisiones puede o no, hacer gala de su deber
moral. Queda a su libre albedrío elegir entre ser o no ser un Contador Público
en toda la extensión de la palabra.
El Código de Ética profesional del Contador
Público en sus postulados hace hincapié en las características de personalidad
que debe guardar como profesionista. El Contador debe ser: imparcial,
responsable, educado, confiable, honorable, leal, respetuoso, profesional,
objetivo, prudente, honrado, laborioso, capaz, discreto, mesurado, eficiente,
eficaz, independiente, digno y veraz,
El
mismo Código de Ética Profesional (2002) del IMCP expresa en el artículo 1.01
lo siguiente:
Los contadores públicos tienen la
ineludible obligación de regir su conducta de acuerdo a las reglas contenidas
en este código, las cuales deberán considerarse mínimas, pues se reconoce la
existencia de otras normas de carácter legal y moral cuyo espíritu amplía el de
las presentes.(página 11).
Al considerar el IMCP que las reglas establecidas
en el código son mínimas y reconocer que
existen normas morales superiores se refuerza la idea de que el Contador
Público debe basar su actuación en lo que es su deber moral.
Por ello el profesionista contable debe aprender y en su caso las escuelas de nivel
superior deben enseñar, la parte filosófica, doctrinal y humana de la ética, la
moral y el alma. Debe poner como fin último para la toma de decisiones, sus
principios religiosos y morales, aún anteponiéndolos a los referentes a su
ética profesional.
¿Y si durmieras? ¿Y si
en tu sueño, soñaras? ¿Y si soñaras que ibas al cielo y allí recogías una
extraña y hermosa flor? ¿Y si cuando despertaras tuvieras la flor en tu mano? ¿Ah,
entonces qué? (Coleridge, Samuel Taylor).