No hay más que dos
amores Autor: Padre Michel Quoist
No hay más que dos
amores, Señor: el amor a mí mismo, el amor a Tí y al prójimo.
Y cada vez que yo me
amo es un poco menos de amor para Tí y los demás, una fuga de amor, una pérdida
de amor.
Pues el amor ha sido
hecho para salir de mí y volar hacia los otros.
Cada vez que el amor retorna a mí se marchita,
se pudre y muere.
El amor propio,
Señor, es un veneno que absorbo cada día.
El amor propio se queda con la mejor porción y
se guarda el mejor sitio.
El amor propio habla
mucho de mí y me hace sordo a la palabra de los demás.
El amor propio elige
por su cuenta e impone lo elegido al amigo.
El amor propio me
disfraza y engalana, quiere hacerme brillar oscureciendo al prójimo.
El amor propio está lleno de compasión hacia
mí y menosprecia el sufrimiento ajeno.
El amor propio
encomia mis ideas e ignora las de los demás.
El amor propio me
encuentra virtuoso, me llama hombre de bien.
El amor propio está
satisfecho de mí, me adormece gentilmente.
Y lo más grave es
que el amor a mí mismo es un amor robado, estaba destinado a los demás, ellos
lo necesitaban para vivir, para crecer y yo lo he desviado y así mi amor va
creando el sufrimiento humano, así el amor de los hombres hacia sí mismos crea
la miseria humana, todas las miserias humanas, todos los dolores humanos.
Todos los
sufrimientos, todas las injusticias, las amarguras, las humillaciones, las
penas, los odios, las desesperaciones, todos los sufrimientos son un hambre
insatisfecha, un hambre de amor.
Así los hombres han ido construyendo
lentamente, egoísmo tras egoísmo, un mundo desnaturalizado que aplasta a sus
hermanos, así los hombres sobre la tierra gastan su tiempo en hartarse de su
amor marchito, mientras a su alrededor los demás mueren de hambre tendiendo
hacia ellos sus brazos.
Hemos malgastado el
amor y Tu Amor.
Esta tarde sólo te
pido que me ayudes a amar.
Ayúdame a amar,
Señor, a no malgastar mi torrente de amor, a amarme cada vez menos para amar
cada vez más a los otros.
Y que en torno mío nadie sufra o muera, por
haberle robado yo el amor que a él le hacía falta para seguir viviendo.
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